LA COMUNICACIÓN ASERTIVA
La
comunicación asertiva evita errores frecuentes como por ejemplo, los ataques
personales y los reproches (que generan todavía más distancia en la
comunicación) y apuesta por la expresión de sentimientos en primera persona. A
continuación, ponemos un ejemplo claro de qué es la asertividad.
Por
ejemplo, cuando dos amigos quedan para ir al cine y uno de ellos llega media
hora tarde sin avisar previamente pueden ocurrir tres situaciones posibles:
1. Existen
personas que ante este tipo de situación pueden actuar de un modo pasivo
reprimiendo su malestar y recibiendo al amigo como si no se hubieran sentido
incómodas por una espera prolongada.
2. En el
lado opuesto de la balanza se encuentra la posible actitud agresiva de aquel
amigo que, cansado de esperar y con su paciencia agotada, recibe a su amigo con
reproches y un ataque de ira.
3. Por el
contrario, también existe una tercera actitud posible (la más saludable) que es
la actitud asertiva. Una persona asertiva, en este tipo de situación, podría
expresar su punto de vista de este modo: "Me siento herido cuando llegas
tan tarde y no avisas previamente porque siento que no valoras mi tiempo".
Es decir, se trata de una frase en la que la persona justifica su modo de
sentir a partir de un hecho objetivo.
En
psicología se ha aplicado, y aún se aplica, el término de comunicación no
verbal, a ciertas conductas paralelas o alternativas al comportamiento verbal,
que cumplen la función de transmitir información, poniendo de manifiesto así,
un paralelismo entre el lenguaje y un supuesto lenguaje no verbal
(Fernández-Dols, 1994). Sin embargo a partir de los años 80 se abandona la
hipótesis de un lenguaje no verbal, siendo sustituida por una visión del
comportamiento no verbal que entiende éste como una conducta informativa o
comunicativa, cuyos elementos y estructura no tienen las mismas características
que el lenguaje verbal (Fernández- Dols, 1994). Los psicólogos han preferido
denominar a este ámbito de estudio como comportamiento no verbal, evitando así
la polémica sobre el grado en que determinado objeto de estudio es comunicación
no verbal o simplemente conducta informativa no verbal. Así pues, una
definición formal de lo que es comportamiento no verbal no es tarea fácil.
Corrace (1980) lo entiende como el conjunto de medios de comunicación
existentes entre individuos vivos que no usan el lenguaje humano o sus derivados
no sonoros. Para Ricci y Cortesi (1980) el comportamiento no verbal incluiría
el comportamiento espacial del hombre, el movimiento, la gestualidad, los
cambios en la mirada y en la expresión de la cara, el aspecto externo y
aquellos aspectos no estrictamente lingüísticos del discurso. Fernández Dols
(1994) señala que comportamiento no verbal es cualquier acción que no sea
estrictamente verbal. Distinguiendo lo verbal como un canal que transmite
mensajes regidos por un código lingüístico, y lo vocal como un canal cuyo
soporte para la transmisión de mensajes es la voz, este autor define el estudio
del comportamiento no verbal como: "el estudio de mensajes vocales y no
vocales que no poseen un código explícito, invariable y constituido por
unidades discretas, es decir, un código lingüístico".
No cabe duda que el campo que hemos definido abarca un amplio abanico
de conductas, susceptibles de ser estudiados como comportamiento no verbal, lo
que hace extremadamente dificultoso una clasificación coherente. Así han surgido
diferentes tipologías como la de Duncan (1969), Wiener y cols. (1972), Argyle
(1972a), Ricci y Cortesi (1980), Petrovich y Hess (1978). Nosotros seguiremos
una clasificación integradora propuesta por Jiménez-Burillo (1981), en la que
distingue cuatro grandes categorías dentro del comportamiento no verbal:
kinesia, proxémica, paralingüística y aquellos aspectos olfativos y cutáneos de
la interacción social.
Kinesia.
Eco y Volli (1970) definen la kinesia como "el universo de las
posturas corporales, de las expresiones faciales, de los comportamientos
gestuales, de todos aquellos fenómenos que oscilan entre el comportamiento y la
comunicación". Así, dentro de la kinesia se incluirían orientación del
cuerpo, posturas, gestos, expresión de la cara, movimientos de ojos y cejas,
dirección de la mirada.
La postura del cuerpo.
La postura es una señal en gran parte involuntaria que puede
participar en el proceso de comunicación. Se entiende por postura la disposición
del cuerpo, o sus partes, en relación con un sistema de referencias determinado
(Corrace, 1980). Dicho sistema de referencia puede ser doble, por una parte la
orientación de un elemento del cuerpo en relación a otro, o con el resto del
cuerpo; y por otra una orientación corporal o de sus partes relativa a otros
cuerpos de otros individuos. La postura varía con el estado emotivo
especialmente a través de la dimensión relajamiento-tensión (Mehrabian, 1971).
Ekman y Friesen (1969) señalan que la postura es menos controlable que el
rostro o el tono de voz, por lo que puede revelar a los demás la actitud de los
sujetos, así como la confianza o la imagen que tienen de si mismos. Trower,
Bryant y Argyle (1978) afirman que las posiciones de la postura corporal sirven
para comunicar distintos rasgos como las actitudes y las emociones. Mehrabian
(1971) apunta, también, la existencia de una relación lineal entre postura y
actitud hacia el receptor. Este autor, analizando la comunicación de actitudes
y estatus a través de indicios posicionales observó que la "relajación
posicional" (posición asimétrica de articulaciones, inclinación oblicua o
recostada, y relajación de manos y cuello), puede relacionarse con diferencias
de estatus social entre “señalador” y receptor, de tal manera que si el
receptor es de estatus inferior, el “señalador” se mostrará más relajado y al
contrario con un receptor de estatus superior, el “señalador” se mostrará más
tenso.
La orientación del
cuerpo.
Podemos definir la orientación como el ángulo según el cual las
personas se sitúan en el espacio, tanto de pie como sentadas, unos respectos a
otras. Las dos principales orientaciones que dos personas pueden asumir durante
una interacción son la de "cara a cara" y "lado a lado". El
presentar una u otra orientación, indicaría las relaciones de colaboración,
intimidad o de jerarquía. De tal manera que dos personas con una relación de
colaboración o de amistad íntima, asumen la posición de lado a lado, mientras
que si se trata de una relación jerárquica, el sujeto superior se colocará
enfrente del sujeto inferior (Ricci y Cortesi, 1980). No obstante, existen
variaciones culturales al respecto. Así, por ejemplo, los árabes prefieren la
posición cara a cara (Watson y Graves, 1966); los suecos evitan la posición a
90º (Ingham, 1971).
Gestos.
Los gestos son, sin duda alguna, uno de los aspectos más interesantes
del comportamiento no verbal, y por supuesto lo más frecuentemente investigado
dentro de este tema. El principal objetivo de los estudios planteados acerca de
los gestos es establecer una relación entre éstos y los estados emotivos,
atribuirles un significado o analizar sus funciones en relación a la
comunicación verbal (Ricci y Cortesi, 1980).
Uno de los estudios pioneros y más conocidos, sobre el significado de
los gestos, es el trabajo de David Efrón (1941), destinado a demostrar la
falsedad de las tesis racistas sobre los judíos. Para ello analizó el
comportamiento gestual de los judíos e italianos residentes en Nueva York, y
observó que si bien los comportamientos verbales eran ostentosamente distintos
en los emigrantes de primera generación, éstos se uniformizaban en sus
descendientes, esto es, cuanto más había asimilado un individuo las pautas
gestuales autóctonas, exhibía menos gestos específicos de su grupo de origen.
Efrón además concluyó que si un individuo se expone simultáneamente y durante
un tiempo a la influencia de varios grupos, diferentes en sus gestos, adoptará
y combinará ciertos comportamientos gestuales de todos ellos. Inspirándose en
la tipología propuesta por Efrón, Ekman y Friesen (1969, 1972) han conferido un
fuerte impulso a la investigación en el campo de la gestualidad. Estos autores
establecieron cinco categorías de señales no verbales, que aunque se refieren a
los movimientos de todas las partes del cuerpo, definen especialmente los
gestos de las manos. En su tipología distinguen entre emblemas, ilustradores,
reguladores, señales de afecto y adaptadores, y señalan que estas categorías no
poseen un carácter de exclusividad, de tal manera que un gesto no está incluido
necesariamente en una sola de las categorías, pudiendo pertenecer a más de una.
Los emblemas
Son comportamientos no vocales que pueden ser traducidos directamente
a palabras, tienen un significado específico. Algunos ejemplos de emblemas son
agitar la mano en señal de saludo, el acto de indicar, el "corte de
mangas" etc. La traducción de un emblema es conocida por todos los
miembros de determinado grupo social y pueden suplir o repetir el contenido de
la comunicación verbal, pueden también dar mayor énfasis a algunos aspectos de
la comunicación verbal. Según Fernández-Dols (1994) los emblemas deben
entenderse como comportamientos que se encuentran en la esfera de lo verbal, aun
cuando Ekman y Friesen los denominen conducta no verbal. Los gestos
emblemáticos se emplean de forma intencional y consciente en aquellos contextos
en los que los mensajes verbales son difíciles de emitir por alguna
circunstancia.
Varios autores han tratado de elaborar repertorios de los emblemas
correspondientes a determinadas culturas y/o lenguajes, así, en el nuestro
podemos enumerar los trabajos de Kaulfers (1931), Green (1968), Saitz y
Cervenka (1972), o Poyatos (1975, 1977).
Los ilustradores.
Se trata de gestos que acompañan la comunicación verbal vocal, que
ilustran el contenido del mensaje o su entonación. Al igual que los gestos
emblemáticos, se trata de gestos emitidos conscientemente y en algunos casos
intencionalmente. Algunos de ellos separan las partes sucesivas del discurso y
podrían considerarse como un sistema de puntuación. Otros amplían el contenido
de la comunicación indicando relaciones espaciales o delineando formas de
objetos. Los ilustradores son el tipo de comportamiento no verbal que guarda
una más estrecha relación con el lenguaje, y que han generado más investigación
en psicología. De facto, son varias las clasificaciones que han surgido de los
trabajos de algunos autores. Efrón (1941) distingue entre batutas que marcan características
rítmicas de la expresión verbal hablada, ideógrafos que muestran gráficamente
la línea argumental del hablante, deícticos los cuales señalan físicamente
objetos referidos en el mensaje verbal, espaciales que acompañan a la
información verbal sobre relaciones espaciales, kinetográfos acompañan a la
información verbal sobre movimientos, y pictógrafos que acompañan a la
información verbal sobre imágenes. Freedman (1972) distingue entre los
movimientos orientados al objeto que serían movimientos de brazos y manos a
cierta distancia del cuerpo, y movimientos orientados al cuerpo que implicarían
una manipulación del cuerpo o del vestido. Ambos tipos de movimientos guardan
relación con procesos cognitivos, de tal manera que los gestos orientados al objeto
estarían conectados con el proceso de traducir a palabras las representaciones
de experiencias internas u objetos externos y los gestos orientados al cuerpo
dirigen la atención del hablante hacia su propia tarea (Fernández-Dols, 1994).
Kendon (1983) denomina a los ilustradores gesticulación y designa con el
término de gestos autónomos lo que para la taxonomía de Ekman y Friesen serían
emblemas. Kendon considera que la gesticulación da lugar, en el habla, a frases
de movimiento, las cuales se corresponden estrechamente tanto en su uso como en
su estructura con las frases del habla. Los ilustradores no son propiamente
comunicación, ya que carecen de un código establecido, se trataría, pues, de una conducta informativa, que según Kendon
cumpliría dos tipos de funciones: psicológicas, destacando la expresión de
representaciones mentales; comunicacionales, facilitación de la interacción
entre hablante y oyente.
Los reguladores.
Son aquellos movimientos que tienen por objeto regular la
sincronización de las intervenciones a lo largo del diálogo, esto es, controlar
la interacción en la que se produce la comunicación verbal. Los reguladores
mantienen el flujo de la conversación y puedan dar indicaciones a quien está
hablando de si su interlocutor está interesado en lo que dice o no, si desea
intervenir o si quiere interrumpir. Fernández-Dols (1994) señala a los
reguladores como el caso más claro de conducta informativa, ya que con ellos es
posible determinar un código de interpretación y predicción de la conducta del
sujeto emisor sin que éste sea consciente de estar transmitiendo información
mediante tal conducta.
Señales de afecto.
Aunque la principal vía de expresión de los estados de ánimo es la
gestualidad facial (se tratará en otra parte de esta exposición), también hay
gestos corporales que realizan una función en este sentido. Tanto la ansiedad
como la tensión emotiva dan lugar a cambios reconocibles en los movimientos de
los individuos (Ricci y Cortesi, 1980). Así, por ejemplo, un gesto típico que
expresa rabia es agitar un puño.
Los adaptadores.
Se trata de gestos no intencionales que utilizan los sujetos con fines
de autorregulación en distintas situaciones de la vida cotidiana. Los
adaptadores son vestigios de ciertos patrones conductuales que tuvieron una
función adaptativa en momentos tempranos de la vida, esto es, son conductas
residuales del pasado ontogenético de los individuos. Ekman y Friesen
distinguen tres tipos de adaptadores: Los gestos auto-adaptadores, adaptadores
dirigidos a otros, y adaptadores dirigidos a objetos. Los auto-adaptadores, son
aquellos movimientos de manipulación del cuerpo, sobre todo del rostro, que en
última instancia estarían relacionados con el cuidado del propio cuerpo o su
adaptación a determinadas condiciones ambientales. Los adaptadores dirigidos a
otros son movimientos que formarían parte de estrategias de interacción
prototípica y elemental como pueden ser el cortejo o el ataque. Ejemplos de
esta categoría pueden ser colocarse el cabello mostrando la palma de la mano,
ajustarse el nudo de la corbata etc. Los adaptadores dirigidos a objetos, según
Ekman y Friesen, serían partes de rutinas conductuales relacionadas con
elementos del entorno que se repiten ocasionalmente fuera de contexto, y
podrían adquirirse en momentos más tardíos de la vida de los individuos.
Otras categorías de
gestos.
Aunque nos hemos centrado en la tipología gestual elaborada por Ekman
y Friesen, diferentes autores proponen otras clasificaciones que es obligado
señalar. Así, Rosenlfeld (1966) divide los gestos en: Gesticulación y
Manipulación de sí mismo. Freedman y Hoffman (1967) los clasifican en: Movimientos
centrados en objetos y relacionados con el discurso y Movimientos centrados en
el cuerpo y sin relación con el discurso. Mahl (1968): Gestos comunicativos y
Gestos autistas. Argyle (1975): Gestos ilustrativos y otras señales vinculadas
al lenguaje, Señales convencionales y lenguaje de signos, Movimientos que
expresan estados emotivos y actitudes interpersonales, Movimientos que expresan
personalidad y Movimientos utilizados en los rituales y en ceremonias.
La expresión facial.
Las expresiones faciales son uno de los comportamientos no verbales
más investigados y con mayor relevancia psicológica, tal y como señalan
diferentes autores. Así, por ejemplo, para Ricci y Cortesi (1980) la cara es
una zona de comunicación especializada que utilizamos para comunicar emociones
y actitudes. Por su parte Ekman y Friesen (1969) la consideran como la sede
primaria de la expresión de las emociones y denominan "exhibidoras de
afectos" a las señales no verbales que expresan un estado emotivo. Caballo
(1993) afirma que existe una gran evidencia de que la cara es el principal
sistema de señales para mostrar emociones, además de ser el área más importante
y compleja de la comunicación no verbal y la parte del cuerpo que más cerca se
observa durante la interacción. Tal como señala Argyle (1969), son varios los
papeles que desempeña la expresión facial en la interacción humana: 1) muestra
el estado emocional del interactor, aunque este puede tratar de ocultarlo; 2)
proporciona una información continua sobre si se comprende, se está
sorprendido, se está de acuerdo, etc.; 3) indica actitudes hacia los demás; 4)
puede actuar de metacomunicación, modificando o comentando lo que se está
diciendo o haciendo al mismo tiempo.
El estudio de las expresiones faciales y el reconocimiento de
emociones se introdujo muy tempranamente en la psicología social
(Jiménez-Burillo, 1981) y tiene su origen en 1872 con la obra de Charles Darwin
La expresión de las emociones en el hombre y los animales. La tesis de Darwin era
que todas las expresiones humanas primarias podían remontarse hasta algún acto
funcional primitivo y que existían pautas universales de la expresión
emocional. Aunque la obra de Darwin, lejos de ser un tratado de psicología, era
una defensa genérica de los principios evolucionistas, ha tenido una notable
influencia en la psicología principalmente a través de los trabajos de Tomkins,
y Ekman y Friesen.
Tomkins (1962) considera que existe una estrecha relación entre los
fenómenos afectivos y los motivacionales. Afirma que los afectos son el
principal sistema motivacional de los individuos y que se localizan en ciertas
expresiones faciales y vocales innatas. Tomkins recupera así la idea de Darwin
sobre la existencia de expresiones emocionales innatas y señala que tales
expresiones son una parte misma de la emoción, de esta manera, sugiere que la
emoción, como proceso psicológico, sería directamente observable, pues estaría
en el rostro (Fernández-Dols, 1994).
Bajo las formulaciones teóricas de Darwin y Tomkins, se va a
desarrollar uno de los aspectos más importantes en la investigación de la
expresión facial, la universalidad de las expresiones emocionales. El tema
subyacente a estas investigaciones es tratar de analizar si existen patrones
universales de expresión de las emociones, o si por el contrario cada cultura
establece sus propias pautas expresivas. La mayor parte de la investigación
sobre la universalidad se ha concentrado en tres áreas de trabajo, así, se
pretende observar las expresiones emocionales de individuos que no pertenecen a
nuestra cultura, de personas que carecen de recursos sensoriales y de sujetos
recién nacidos que no han tenido ocasión de aprender dichas expresiones. Si las
expresiones que muestran estos tres grupos son comparables a las de los adultos
occidentales, se estaría apoyando la idea del innatismo y universalidad de las
expresiones emocionales. Diversos trabajos han demostrado que observadores de
distintas culturas etiquetan determinadas expresiones faciales de la misma
forma, como correspondientes a la misma emoción (p.e. Ekman y Friesen, 1971;
Eibl-Eibesfeldt, 1989). También algunos estudios con invidentes señalan que
estas personas pueden mostrar un repertorio expresivo cercano al de quienes no
sufren dicho déficit (Fulcher, 1942; Eibl- Eibesfeldt, 1973; Ortega y cols,
1983). Por lo que respecta a los niños recién nacidos se ha encontrado que la
musculatura facial y los movimientos correspondientes en niños menores de tres
meses, eran prácticamente similares a los de los adultos (Oster y Ekman, 1978).
Iglesias, Loeches y Serrano (1989) fueron capaces de provocar en niños de entre
2 y 9 meses, mediante varios tipos de estimulación diferentes expresiones
emocionales. Estos estudios aportan un fuerte apoyo de las tesis universalistas.
El autor más importante en esta línea de investigación es Ekman, cuyo modelo
neocultural (Ekman, 1972, 1977) postula la existencia de seis expresiones
faciales universales, que se corresponden con seis emociones innatas: Alegría,
ira, miedo, tristeza, sorpresa y asco. Según Ekman, la expresión de alegría
consiste en un retraimiento oblicuo de las comisuras de los labios (sonrisa)
acompañada de una elevación de las mejillas. La expresión de ira sería una
aproximación y descenso de las cejas, un retraimiento del párpado superior y
elevación del inferior y un estrechamiento de los labios, a menudo se produce
una abertura de la boca en la que se pueden observar los dientes apretados. La
expresión característica de miedo consiste en una elevación y aproximación de
las cejas y apertura de ojos y boca como resultado de la elevación del párpado
superior y un alargamiento de la comisura de los labios que se separan. La de
sorpresa es similar a la anterior, pero difieren en que no se aprecia
aproximación de las cejas ni alargamiento de las comisuras de los labios. En la
expresión prototípica de tristeza se observa también una elevación y
aproximación de las cejas, pero las comisuras de los labios descienden al
tiempo que se eleva la barbilla. La expresión de asco se caracteriza por un
arrugamiento de la nariz y un descenso general de la parte inferior de la cara,
labio inferior, mandíbula y comisuras de los labios. Ekman postula la
existencia de determinantes de las expresiones emotivas ya sean de tipo
universal, o peculiares de cada cultura. Los aspectos compartidos por todas las
culturas se resumen en el concepto de "facial affect program" que
relaciona las emociones primarias con configuraciones de impulsos neurales que
se corresponden con determinados músculos faciales cuyas secuencias son en
amplia medida naturales (Ricci y Cortesi, 1980). No obstante, aunque la
expresiones faciales de las emociones estén biológicamente determinadas, hay
diferencias culturales en cuanto se muestran dichas emociones, y también varía
con la cultura lo que provoca una emoción y las costumbres que sigue la gente
para intentar controlar la apariencia de sus caras en situaciones sociales
determinadas (Caballo, 1993, pag.34). Ekman clasifica los determinantes
culturales de las expresiones emotivas en tres categorías generales: estímulos
que provocan emociones, reglas que rigen las expresiones faciales de las
emociones y consecuencias comportamentales determinadas por las expresiones del
rostro. Es el aprendizaje social el encargado de modelar las respuestas a las
emociones expresadas, los estímulos que las provocan y las reglas que presiden
su manifestación.
Ekman y Friesen (1969) distinguieron cuatro importantes reglas de
exhibición de las expresiones emocionales:
1. Desintensificar el indicio visual de una cierta emoción.
2. Aumentar la intensidad.
3. Aparentar indiferencia
4. Disimular la emoción experimentada.
Según estos autores, existen normas sociales precisas, fruto del
aprendizaje y que varían con cada cultura sobre cuál es la regla de ostentación
apropiada para cada emoción. Debido a este posible control las expresiones
faciales pueden ser de muy corta duración. Generalmente se desconoce que una
expresión facial puede ser la base del presentimiento o intuición sobre alguien,
es decir, podemos sentir algo sobre una persona sin ser capaces de descubrir el
origen de esa impresión. Estas expresiones faciales de corta duración o
microexpresiones, en la terminología de Ekman y Friesen (1975) ofrecen un
cuadro completo de la emoción que se pretende ocultar.
La mirada
Davis (1976) afirma que el comportamiento ocular es tal vez la forma
más sutil del lenguaje corporal. Los niños aprenden desde muy temprano las
implicaciones del contacto visual, ya que la cultura nos programa desde
pequeños enseñándonos que hacer con nuestros ojos y que esperar de los demás,
es decir, las reglas del contacto ocular. La mirada cumple una importante
función a la hora de comunicar actitudes interpersonales y de instaurar
relaciones, el establecer o no contacto visual puede cambiar enteramente el
sentido de una situación. Jiménez-Burillo (1981) establece las siguientes
funciones de la mirada:
- Expresión de actitudes interpersonales.
- Recoger información del otro.
- Regular el flujo de la comunicación entre los interlocutores.
- Establecer y consolidar jerarquías entre los individuos.
- Manifestación de conductas de poder sobre otros.
- Desencadenar conducta de cortejo.
- Actuar de feed-back sobre los efectos de la propia conducta en el
otro.
- Expresión del grado de atención mostrada por el otro.
- Indicar el grado de implicación en lo que se dice o hace.
Debido a las muchas funciones de la mirada, su estudio resulta
especialmente complejo dada la dificultad de distinguir la función específica
desarrollada por la propia mirada en cada momento determinado. Jiménez-Burillo
(1981) señala tres campos importantes de investigación en relación con la
mirada: experimentos sobre la capacidad de percibir de las personas, de si
están siendo directamente miradas o no; el significado de la mirada dentro del
flujo de la conversación; y el impacto de la mirada en los otros. Algunos de
los trabajos realizados en estos campos pueden ayudarnos a comprender algunos
procesos que tienen lugar en las pruebas de reconocimiento. Así, por ejemplo,
Argyle (1972a) estudió la experiencia de sentirse mirado, lo cual si se produce
durante un breve espacio de tiempo posee un valor de recompensa y resulta
agradable, pero si se prolonga, crea ansiedad e incomodidad. La sensación de
sentirse juzgados y valorados, al notarse observados, provoca la imposición de
comportarse de forma correcta, de ofrecer cierta presentación de uno mismo. En
esta misma línea, Exline (1971) demostró que el contacto visual no es
compatible con el engaño, esto es, los individuos desvían la mirada
notoriamente cuando están faltando a la verdad. Según Ricci y Cortesi (1980)
esta incompatibilidad explicaría el que las situaciones sociales y la
experiencia de sentirse mirados sean fuente de tensión para las personas que
intentan ocultar algunos aspectos de su imagen. En las ruedas de
identificación, y desde la perspectiva del sospechoso, la tensión que genera el
sentirse mirado resulta más que justificada.
Proxémica.
Con el término de proxémica se denomina a todos aquellos aspectos que
giran en torno a la utilización y estructuración del espacio personal y social
y la percepción del mismo por parte de los individuos. Este campo de
investigación surge de los trabajos de Edward Hall (1959) quien, desde la
antropología, se interesa por el uso que personas de diferentes culturas hacen
de su microespacio. En este campo
podemos distinguir dos grandes áreas de investigación. Por una parte, los
estudios sobre el espacio personal y distancias de interacción social y, por
otra, las investigaciones sobre la conducta territorial humana.
El espacio personal y
distancias de interacción
Hall (1966) estableció para los norteamericanos cuatro diferentes
zonas o distancias de interacción:
1. Íntima, hasta 45 centímetros, es la distancia apropiada para reñir,
hacer el amor o conversar íntimamente. A esta distancia la comunicación no solo
es con palabras sino que entran en juego el tacto, el olor, la temperatura
corporal, etc.
2. Personal, de 45 a 75 centímetros en la fase próxima, y en su fase
lejana de 75 a 120 centímetros, es la distancia apropiada para discutir asuntos
personales.
3. Social, la distancia social próxima es de un metro veinte a dos
metros, la distancia social lejana entre tres y cuatro metros y es la que
corresponde a conversaciones formales.
4. Pública, más allá de cuatro metros, es la distancia apropiada para
pronunciar discursos o algunos tipos muy formales de conversación.
Las distancias de interacción parecen seguir reglas determinadas que
varían en relación a la situación, al ambiente y a la cultura. Sommer (1961) y
Little (1965) señalan la importancia de los factores situacionales en la
adopción de diferentes distancias por parte de los individuos. Así, por
ejemplo, la comunicación en un ambiente público tendrá lugar a menor distancia
de la que se produce en un ambiente privado. De hecho, la menor distancia en
público demuestra el énfasis de hallarse juntos (Kendon, 1973), lo cual no es
necesario evidenciar, por ejemplo, en el interior de una habitación. Por lo que
se refiere a las relaciones interpersonales, Jiménez-Burillo (1981) señala que
está demostrado que cuanta más atracción existe entre dos personas más cerca
interactúan. También existe un mayor acercamiento cuando los individuos pertenecen
al grupo de pares, cuando tienen edades similares, y cuando son de la misma
raza y estatus. La distancia interpersonal se caracteriza por unas claras
diferencias interculturales, por ejemplo, los pueblos árabes y los
latinoamericanos interactúan con una mayor proximidad física que los pueblos
nórdicos (Lott, Clark y Altman, 1969).
Conducta territorial
humana
El concepto de territorialidad fue acuñado para describir el
comportamiento de algunos animales que se instalan en un territorio fijo y la
defensa que de él realizan frente a los intrusos. Según Hediger (1955) el
término territorio indica un área que es defendida y representada por su
propietario; el término espacio personal informa sobre la zona que rodea de
manera inmediata al individuo y es considerada proyección del yo. De esta
forma, se identifica como territorio, la cueva, el nido, y en general el área
dentro del cual el animal limita sus movimientos habituales, y que a su vez se
diversifica en lugares especializados, para las crías, para beber, etc. (Ricci
y Cortesi, 1980). Hediger (1955) señala la importancia de la territorialidad
porque asegura la propagación de la especie regulando su densidad, y mantiene a
los animales a una distancia de comunicación justa para que puedan advertirse
de la presencia de comida o de enemigos. Los trabajos empíricos que han
estudiado la utilización del espacio por parte de sujetos humanos, indican que
el comportamiento espacial está condicionado por factores culturales,
socioemocionales y por la estructura física del ambiente. Así, por ejemplo en
algunas investigaciones realizadas en situación de aislamiento se han indagado
las relaciones existentes entre territorialidad y dominación (De Rosa, 1974)
comparando el comportamiento espacial de parejas de marineros aisladas durante
10 días, con parejas no aisladas. Observándose que las parejas mantenidas en
aislamiento mostraron inmediatamente una preferencia por la elección de camas
con menos intrusión en el espacio-noche del compañero. Entre el cuarto y sexto
día los sujetos evidenciaban una preferencia por un determinado extremo de la
mesa, que terminaban por ocupar de forma estable, al igual que sucedía
posteriormente con las sillas. Los grupos control no aislados exhibían un
creciente comportamiento territorial respecto a las camas, y también hacia la
mesa y las sillas, que fue disminuyendo significativamente con el paso de los
días. Por lo que se refiere a las características de personalidad, los niveles
más altos de territorialidad eran alcanzados por parejas con un elevado grado
de homogeneidad (consideradas por tanto hipotéticamente competitivas e
incompatibles) o con escaso nivel de asociación y de dominación. Sin embargo,
la territorialidad resultó menos evidente en parejas compatibles, entre las se
podía desarrollar una relación cooperativa.
Paralingüística
La paralingüística se ocupa del estudio de aquellos aspectos no
lingüísticos del comportamiento verbal como pueden ser el tono de voz, el
ritmo, el acento, los tartamudeos, etc. Desde un punto de vista estrictamente
lingüístico, cuando dos interlocutores se comunican, el comportamiento verbal
está determinado por dos factores: el código común empleado, y la intención de
comunicar un mensaje concreto mediante ese código. No obstante, estos factores
lingüísticos no delimitan totalmente el comportamiento verbal de los
interlocutores (Ricci y Cortesi, 1980), ya que existen en el lenguaje unas
variaciones lingüísticas como la elección de la lengua, las formas de los
tiempos, y unas variaciones no lingüísticas, que pueden transmitir diferentes
estados de ánimo o distintos significados en la emisión de un mensaje. Las
variaciones no lingüísticas del lenguaje han sido analizadas y definidas de
diversas maneras por los investigadores. Trager (1958) fue el primero en
interesarse por este tipo de fenómenos clasificándolos como sigue:
• A.- Tipo de voz: depende del sexo, edad o lugar de origen.
• B.- Paralenguaje:
1.- Cualidad de voz: tono, resonancia, tiempo, etc.
2.- Vocalizaciones:
1. Caracterizadores vocales: risa, llanto, bostezo.
2. Calificadores vocales: intensidad, tono, extensión.
3. Segregados vocales: sonidos de acompañamiento, gruñidos, pausas de
silencio, etc.
Otros autores han propuesto diferentes clasificaciones de los aspectos
no estrictamente lingüísticos del discurso. Mahl y Schulze (1964) los incluyen
en la zona extralingüística. Lyons (1972) critica la imprecisión del término
paralingüística y opta por distinguir entre comunicación vocal y no vocal.
Por lo que respecta a la investigación en este campo, en los primeros
momentos, el interés se centró en el estudio de las relaciones entre los
fenómenos no lingüísticos y características de los sujetos estudiados
(diagnosis de personalidad, etc), para pasar, posteriormente, al estudio de la
relación funcional existente entre estados emocionales transitorios y la
aparición de los fenómenos paralingüísticos. Ricci y Cortés (1980) señalan que
el conjunto de estos estudios evidencian una estrecha relación entre el estado
emocional del locutor y manifestaciones paralingüísticas, así, por ejemplo, una
persona ansiosa tiende a hablar más de prisa y con un tono de voz más elevado.
Las variables tradicionalmente empleadas por los psicolingüistas en sus
experimentos (frecuencias de palabras, número de pausas, tono de voz, etc.) se
han tomado en cuenta para desarrollar la técnica conocida como Estilometría
(Diges y Alonso-Quecuty, 1993). Esta técnica se utiliza para la evaluación de
la exactitud, fiabilidad y veracidad de las declaraciones. La metodología de
los análisis estilo métricos consiste en localizar las variables
psicolingüísticas a estudiar en la declaración que se está evaluando, tanto
verbal como escrita. Posteriormente, y tras el análisis cuantitativo de su
contenido y del tratamiento estadístico de la información obtenida se llega a
la evaluación de la declaración. Algunas de las aplicaciones de la estereometría
son la identificación del autor de la declaración y la evaluación de su estado
mental en el momento en que la realizó (Gudjonsson, 1992). Pero, sin duda, la
aplicación más interesante de la estereometría, para la psicología del
testimonio, es la capacidad para discriminar el grado de veracidad de una
declaración.
Aspectos olfativos y
cutáneos de la interacción social
Davis (1976) señala que aunque los humanos también nos comunicamos a
través del tacto y del olfato, y que estos sentidos forman parte importante del
mensaje total, sin embargo, es bien poco lo que se conoce acerca de ellos. El
hombre no tiene el sentido del olfato tan desarrollado como otros animales,
quienes se sirven de él para identificar enemigos, delimitar territorio o como
parte integrante de la excitación sexual. Wiener (1966) ha enunciado la teoría
de que los hombres percibimos más olores de los que tenemos conciencia de
percibir. A estos olores Wiener los denomina mensajeros químicos externos
(MQE), también llamados Feromonas, y ahí se incluirían aminoácidos y hormonas
esteroides; se trata de sustancias en las que habitualmente no detectamos
aroma, y que segregadas por el cuerpo humano, se transmiten por el aire. Wiener
señala que el hombre posee por toda su piel gran profusión de glándulas
odoríferas, y que pese a que los MQE se excretan en la orina, heces, saliva,
lágrimas y aliento, el grueso de ellos está en la transpiración, la cual está
estrechamente relacionada con la tensión emocional, por lo que de esta manera
se constituyen en un excelente sistema de señales. Diversas investigaciones han
sugerido, por lo menos entre los animales, que las secreciones externas de un
individuo, pueden actuar directamente sobre la química del organismo de otros
(Davis, 1976). McClintock (cifr. Davis, 1976) encontró, al estudiar los ciclos
menstruales de estudiantes universitarias, que los ciclos de aquellas que eran
muy amigas estaban sincronizados. La clave parecía ser la proximidad física, y
no otras variables como sugestión o similitud en los hábitos de vida. Según
esta autora se producía la misma clase de transmisión química que había sido
observada entre ratas. Wiener (1966) menciona, como apoyo a la hipótesis de que
los humanos emitimos y recibimos MQE, experimentos en los que los sujetos eran
expuestos a determinados productos químicos, y pese a no percibir su olor, se
notaron cambios en la reacción galvánica de la piel, la presión sanguínea, la
respiración y el ritmo cardíaco. Según Davis (1976) la teoría de los MQE podría
explicar, entre otras cosas, el contagio de las emociones entre las multitudes.
Por lo que se refiere al tacto, éste, al igual que el olfato es un
sentido de proximidad y también ha sido escasamente estudiado. La mayoría de
las investigaciones se limitan a comparaciones interculturales, señalando la
falta de actividad táctil entre los anglosajones, en comparación con los
latinos. Un ejemplo es el trabajo de Jourard (1967), quien interesado en la
cuestión de quien toca a quien y dónde, presentó a estudiantes universitarios,
del estado de Florida, un mapa del cuerpo humano con veintidós zonas numeradas
y les pidió que señalaran que zona de su cuerpo había sido tocada con más
frecuencia por parte de su padre, madre, y amigos de uno y otro sexo, también
les pidió que informaran que zonas de esas personas habían tocado ellos.
Encontró que tanto hombres como mujeres habían tenido poco contacto con sus
padres y amigos del mismo sexo, pero sin embargo, con los amigos del sexo
opuesto se disparó el número de contactos.
Comportamiento no
verbal y percepción interpersonal
Cook (1971) define la percepción interpersonal como "la formación
de juicios sobre las demás personas por parte de los individuos, y, para ser
más precisos, de aquellos juicios referentes a las personas en cuanto animales
sociales". Este autor afirma que la percepción de las demás personas tiene
un carácter inferencial, esto es, la persona que realiza la percepción, observa
a la otra e infiere de lo que ve y oye una opinión sobre ella. Las fuentes de
las que el perceptor extrae informaciones son el contenido del comportamiento
del sujeto (expresiones y acciones) y el contexto en el que el comportamiento
se produce. Otra fuente importante de información es la apariencia personal, la
ropa y los adornos, en la impresión que los demás se forman de un individuo.
Tal y como señala Argyle (1972a, p.44): "El principal fin de la manipulación
de la apariencia es la auto presentación, que indica como se ve a sí mismo el
que así se presenta y cómo le gustaría ser tratado". Las peculiaridades de
la apariencia personal ofrecen impresiones a los demás sobre el atractivo,
estatus, grado de conformidad, inteligencia, personalidad, clase social,
estilo, y gusto de ese individuo.
Argyle (1972b) enumera cuatro modalidades a través de las que se puede
interpretar el comportamiento no verbal de una persona:
1.- Interpretación en términos de estatus y personalidad. El
comportamiento no verbal se presenta como especialmente importante a la hora de
establecer distintas categorizaciones consideradas fundamentales por los
sujetos inteligentes (raza, sexo, nivel profesional, ideología, clase, etc.).
Como prueba de pertenencia a una categoría determinada se utilizan diferentes
indicios físicos como el color de la piel, grosor de los labios, dimensión de
la nariz, color y tipo de peinado de cabello, estatura, arrugas expresivas.
Ricci y Cortés (1980) señalan que pese a que los resultados obtenidos por este
tipo de investigación puedan ser de una validez ecológica discutible, parece
claro que los individuos tienden a elegir ciertas categorías a partir de las
cuales suponen en los sujetos observados la presencia de cualidades
estereotipadas vinculadas a la raza, clase, etc.
2.- Interpretación en términos de estado emotivo. Existe la
posibilidad de inferir información sobre la situación emotiva de los sujetos a
partir de las expresiones del rostro, de la postura, etc.
3.- Interpretación en términos de actitudes interpersonales. El tono
de voz, la postura o la expresión de la cara pueden revelar la actitud de hostilidad-amistad
de una persona. Tagiuri (1958) encontró una correspondencia perfecta en la
percepción de la sensación de simpatía-antipatía.
4.- Interpretación de la dinámica de una interacción. Las expresiones
del rostro, la mirada, los movimientos de las cejas, proporcionan información
sobre las reacciones de los otros a fin de controlar la distribución de turnos
de palabra durante la comunicación.
BIBLIOGRAFIA
Argyle, M. (1969). Social interaction. Londres: Methuen.
Argyle, M. (1972a). The psychology of interpersonal behavior.
Harmondsworth: Penguin. (Trad. Castellana: Psicología del comportamiento
interpersonal. Madrid: Alianza, 1978).
Caballo, V. (1993). Manual de evaluación y entrenamiento de las
habilidades sociales. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores.
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